sexta-feira, 25 de maio de 2012

JAY GOULD

Tus Posibles Pasados Por Owen S. Wangensteen -------------------------------------------------------------------------------- They Flutter behind you, your possible pasts Some bright-eyed and crazy, some frightened and lost A warning to anyone still in command Of your possible future to take care Pink Floyd, The Final Cut Ciencia popular Son numerosos y bien conocidos los casos de descubrimientos científicos, a primera vista intrascendentes, que terminan por convertirse en parte de nuestras vidas. Uno de los ejemplos más recientes es la obtención de la enzima polimerasa del ADN de la bacteria Thermus aquaticus. Cuando un excéntrico biólogo, al que muchos tomaban por loco, descubrió este ser fascinante, que es capaz de vivir en las aguas hirvientes de los géisers de Yellowstone, no podía imaginar que unos pocos años más tarde, en 1993, Kary Mullis ganaría el premio Nobel de Química por la aplicación que hizo de esta enzima, la famosa Taq-polimerasa, desarrollando la técnica del PCR, que permite la obtención de miles de millones de copias a partir de unas pocas moléculas de ADN en el material de partida. El PCR ha llegado a introducirse en nuestras vidas de tal manera que se ha transformado en protagonista de los últimos éxitos de Hollywood (Parque Jurásico), así como de los más renombrados casos judiciales (como el análisis de los tristemente célebres pelos del caso Alcasser o las pruebas de paternidad de un sinfín de famosos). Los últimos avances médicos deben mucho a esta extravagante bacteria que gusta de la vida de los balnearios, ya que el PCR ha permitido el desarrollo de pruebas para detectar el SIDA y cientos de enfermedades genéticas, así como ha originado un avance sin precedentes en el proyecto de secuenciar el genoma humano. La concesión del Nobel a Mullis, sólo cinco o seis años después de que desarrollara la técnica (casi un récord para un Nobel), da pruebas de su importancia, máxime cuando la investigación había sido llevada a cabo por completo en una empresa privada (la pequeña compañía de biotecnología Cetus que, desde entonces, ha dejado de ser pequeña). En este caso, un descubrimiento científico pasó a ser rápidamente de dominio público por una razón muy sencilla: servía para obtener dinero. Por el contrario, la mayoría de los avances de la ciencia, al no ser tramitados por este "procedimiento de urgencia" tardan mucho más tiempo (varias décadas) en darse a conocer para los que no son expertos en el tema (en ocasiones, incluso para los expertos, como es el caso de las leyes de Mendel, que permanecieron durante más de medio siglo en el más oscuro silencio de una publicación científica local). Este retraso entre descubrimiento y conocimiento público es particularmente notable en aquellas investigaciones que no aportan mejoras a nuestra calidad de vida, aunque sean tan importantes que, una vez analizadas, puedan cambiar radicalmente nuestra concepción de nosotros mismos. Este es el destino de muchos de los avances en una de las ciencias más apasionantes, que conserva aún gran parte de ese carácter romántico que tuvieron alguna vez todas las ciencias, pero que pasa sin pena ni gloria por los hogares de la gente de a pie; me refiero a la Paleontología. En este artículo, trataré de hacer justicia a un interesante descubrimiento, a una cuidadosa investigación y a las importantes consecuencias para nuestra concepción del ser humano que se desprenden de la misma, las cuales permanecen aún prácticamente desconocidas para la mayoría, aunque dentro de unas décadas aparecerán en nuestros libros de texto, como ahora lo hacen la deriva de los continentes o la estructura en doble hélice del ADN. Se trata de algo que se podría describir bajo un encabezamiento en apariencia tan anodino que, si hubiera titulado así el artículo, tengo la absoluta certeza de que el lector hubiera pasado las páginas de esta revista hasta comenzar el siguiente. Lo titularé ahora, en letra pequeña y camuflado en el interior de un párrafo: "los fósiles del período Cámbrico de Burgess Shale, en la Columbia Británica". ¡Qué bello es vivir! Burgess Shale es una antigua cantera de pizarra que se halla situada en territorio canadiense, en el Parque Nacional de Yoho (también la bacteria que dio origen al PCR se encontró en un parque nacional, Yellowstone, me pregunto qué nuevas sorpresas nos depararían otros parques nacionales del Mundo si estuvieran situados en terreno estadounidense o canadiense). Es mundialmente famosa entre los paleontólogos por albergar el yacimiento de fósiles de cuerpo blando pertenecientes al período Cámbrico mejor conservado de los descubiertos hasta ahora. El período Cámbrico es el primero de la era Primaria o Paleozoica, que comenzó hace 570 millones de años. Se caracteriza por una enorme profusión de formas vivientes que nos han dejado numerosos registros fósiles por ser las primeras en desarrollar verdaderas partes duras. Se puede decir que con este período comienza la paleontología de los animales "superiores". Llegué a conocer y a admirar estos fósiles a través de un magnífico libro del merecidamente célebre Stephen Jay Gould que, sin embargo, no es uno de sus libros más conocidos en nuestro país, aunque se ha mantenido en las listas de best-sellers de otros países durante largas temporadas, y pese a que la editorial Crítica ha tenido la decencia de editarlo en rústica en su colección Drakontos, rebajando el precio de la anterior edición en tela en más de mil pesetas. El libro posee el atrayente título de "La vida maravillosa" (Gould es mucho mejor que yo para elegir sus títulos), aunque el juego de palabras no se puede apreciar en España, ya que el libro toma el nombre de una película que aquí se llamó "¡Qué bello es vivir!" (It's a Wonderful life!), la cuál podemos disfrutar todas las nochebuenas, gracias a una tradición americana (muy acertada, a mi parecer) que se ha copiado en nuestro país (es una de mis diez películas favoritas y, por más que la vea, siempre acaba por hacerme llorar). La película trata sobre futuros posibles: los acontecimientos que parecen insignificantes, si se dejan pasar unos años, se amplifican para dar lugar a importantes consecuencias. Cuando James Stewart quiere tirarse al río porque está arruinado, baja un ángel del cielo (Clarence) y le muestra como sería el mundo si él no hubiera existido. Por supuesto, en la película, el mundo sin Stewart es perverso y cruel, de un oscuro color gris; el nombre del pueblo ha cambiado y ahora se llama en honor del personaje más malvado que podamos imaginar, un execrable y obeso prestamista. El libro de Gould está impregnado de la idea de "futuros posibles", que se desprende de las investigaciones sobre la fauna fósil que habitó en todo el Mundo durante el período Cámbrico. Era una fauna absolutamente inimaginable, que parece provenir de otro planeta. Existían animales completamente diferentes, en el sentido genealógico, a los actuales. La mayoría de ellos, que dominaron los ecosistemas de su tiempo, han desaparecido completamente sin dejar rastro alguno de su pasada gloria. Uno de ellos, insignificante, indistinguible entre una veintena de tipos diferentes, dio origen a los vertebrados. "La vida maravillosa" trata sobre una pregunta que nunca podrá tener respuesta: ¿qué hubiera pasado si el primitivo vertebrado hubiera desaparecido sin dejar descendencia y, en su lugar, otro cualquiera de entre la inimaginable variedad del Cámbrico hubiera sobrevivido a los demás hasta llegar, quizás, a desarrollar una conciencia civilizadora? No me parece una pregunta gratuita. La mayoría de nosotros entendemos mal la Evolución, como un sinónimo de "la supervivencia del más fuerte". Sin embargo, los fósiles de Burgess Shale nos enseñan que existe un gran componente de suerte y que cualquiera de los diseños animales que la naturaleza ensayó hubiera podido prevalecer. El que unos lo hicieran y otros no, es más una cuestión del azar que de la capacidad de adaptación. Si viajáramos hacia atrás en una máquina del tiempo y contempláramos el paisaje del Cámbrico, posiblemente apostaríamos por una decena de animales como posibles supervivientes, antes de fijarnos en el primitivo, insignificante y anodino vertebrado. En el Cámbrico florecía un monstruo carnívoro de casi un metro de largo, con una boca trituradora, que dominaba de forma absoluta sobre una fauna que tenía una dimensión media de algunos centímetros. Su cuerpo era tan singular que los primeros paleontólogos clasificaron tres partes del animal como seres independientes y pertenecientes a tres tipos distintos. También pululaban especies con cinco ojos y trompas succionadoras o prensiles que hubieran asombrado a H. P. Lovecraft. Existían especímenes tan extraños que los zoólogos aún no están de acuerdo sobre cuál es la parte delantera o trasera de su cuerpo, y ni siquiera saben si eran capaces de nadar, andar o estaban fijos al fondo. Otras especies inclasificables se arrastraban sobre el fondo marino y otras se encontraban en tal cantidad que uno hubiera apostado toda su fortuna a que sobrevivirían a la siguiente era geológica y a todas las demás. Nadie hubiera dado un duro por los vertebrados, cuyo único representante era tan soso que fue considerado inicialmente por los expertos un gusano anélido y que presumiblemente es el antepasado de todos los peces, sapos, dinosaurios, gorriones, antílopes y hombres que habitan o habitaron la Tierra. Galería de seres extraños El yacimiento de Burgess Shale fue descubierto por el estadounidense Charles D. Walcott en 1909. Walcott ostentaba la curiosa posición de principal experto mundial en trilobites de la época, lo cuál sin duda le hacía sentirse satisfecho, aunque el español medio actual despreciaría semejante privilegio, cambiándolo posiblemente por una entrada para algún partido de fútbol. Walcott era un hombre de su época, absolutamente conformista, nada revolucionario. Recogió, junto con su mujer y sus dos hijos, todas las maravillas fósiles que encontró, las llevó al instituto Smithsonian de Washington, del cuál era secretario y les dio nombres. Sin embargo, no tenía ganas de revoluciones, por lo que hizo encajar las especies que describió dentro de los tipos animales vivientes en la actualidad (para lo cuál necesitó, según palabras de S. J. Gould, un auténtico "calzador" mental, ya que las diferencias con los tipos actuales eran en muchos casos abismales). Sobre todo, clasificó sus pequeñas maravillas como artrópodos (crustáceos), anélidos y moluscos. No se dio cuenta de la importancia de su descubrimiento. Los fósiles esperaron, convenientemente ordenados, en los cajones del Smithsonian, hasta la década de los setenta, cuando un equipo de tres investigadores británicos: Harry Whittington, Derek Briggs y Simon Conway Morris, decidieron rebuscar entre las cajas del Smithsonian, asistidos por la más moderna tecnología de estudio de fósiles. Lo que encontraron fue sorprendente y demoledor: una decena de tipos (filos) nuevos de animales, que demostraban que los mares del Cámbrico presentaban más variedades de vida de las que hoy podemos encontrar en todos los océanos. Trataré de describir algunos de los más impresionantes. Cualquiera de ellos, si hubiera dispuesto de un poco más de suerte, podría haber dado lugar a cientos de sorprendentes especies en la actualidad. Anomalocaris El más impresionante monstruo del Cámbrico fue tomado inicialmente por Walcott como tres animales distintos. Su apéndice bucal fue confundido con un cuerpo de algún crustáceo similar a las actuales gambas, por lo que recibió el nombre de Anomalocaris (camarón extraño). ¡Desde luego, era un extraño camarón! A su vez, el aparato bucal triturador de Anomalocaris, parecido a una rodaja de piña, fue confundido con una medusa. El resto del cuerpo, fue clasificado como perteneciente a una holoturia (equinodermo) o a una primitiva esponja. Whittington y Morris dieron con la solución: los especímenes que se habían clasificado como pertenecientes a cuatro tipos distintos de animales pertenecían todos ellos a un único monstruo enorme. Podemos ver su representación actual en la figura 1, donde podemos apreciar las dos especies de Anomalocaris que se han descrito, que difieren en sus apéndices bucales (se han clasificado como dos especies distintas, aunque bien podría tratarse del macho y la hembra de la misma especie; sin embargo, desconocemos siquiera si Anomalocaris presentaba distintos sexos o era hermafrodita, ¡cualquiera sabe!). Lo que está claro es que semejante gusarapo no puede clasificarse dentro de ningún phylum animal que exista en la actualidad, murió sin dejar descendencia alguna, ¡aunque dominó los mares del Cámbrico durante millones de años! Fig. 1. Las dos especies de Anomalocaris, cuyas partes fueron confundidas con animales pertenecientes a tres o cuatro filos diferentes. Opabinia Opabinia es realmente un enigma único, incluso entre los extraños fósiles de Burgess Shale. Fue el primer caso raro descrito por Whittington, en 1975, que comenzó su artículo descriptivo con las palabras "cuando la figura 82 [una versión de la cuál se observa en la figura 2 de este artículo] fue mostrada en una reunión de la Asociación Paleontológica de Oxford, fue recibida con fuertes risas". En verdad, Opabinia es un ser increíble: ¡cinco ojos!, una garra frontal quizás prensil o succionadora, a modo de trompa de elefante y ningún otro apéndice natatorio o ambulatorio, excepto tres pares de timones caudales y un montón de branquias en la parte superior de su cuerpo segmentado. Opabinia había sido clasificado por Walcott como un artrópodo o bien como un anélido. Sin embargo, ¿qué artrópodo tiene cinco ojos y carece de apéndices (artrópodo significa precisamente "pies articulados")? O ¿qué anélido presenta branquias en su parte dorsal y tres pares de timones en la cola? Opabinia fue sólo el primero; tras él, se fueron encontrando más y más ejemplos inclasificables entre la fauna del Cámbrico, que nos obligaron a reconsiderar la naturaleza de la Evolución como un progreso necesario, que implicaba la supervivencia del más fuerte. En palabras de Gould: "ninguno de ellos [los estudios paleontológicos] nos ha enseñado tanto acerca de la evolución como un pequeño y extraño invertebrado del Cámbrico llamado Opabinia". Fig. 2. El inverosímil Opabinia, con sus cinco ojos y su trompa prensil. Hallucigenia Hallucigenia fue el nombre propuesto por Conway Morris para la criatura posiblemente más enigmática de Burgess Shale. Walcott la había clasificado como un gusano poliqueto y la había llamado Canadia sparsa. Hallucigenia parece realmente salida de una pesadilla etílica de Poe. ¿Cómo se puede clasificar un animal si no se sabe qué lado es el superior y cuál el inferior o qué extremo es el frontal y cuál el trasero? Hallucigenia, en una representación convencional, se muestra en la figura 3. Posee siete pares de puntales a modo de espinas de erizo de mar, se ignora si eran móviles, como las de estos actuales equinodermos. Además, posee siete tentáculos blandos en el otro lado de su cuerpo (¿el superior?). En uno de sus extremos, posee un abultamiento que Conway Morris identificó con la ¿cabeza? y en el otro extremo un tubo abierto que bien podría ser el ano. Además, posee tres pares de pequeños tentáculos cerca del tubo caudal. Una auténtica mezcolanza sin par que desapareció sin dejar descendientes. Aunque en la actualidad algunos han querido ver en Hallucigenia un miembro del actual grupo de los onicóforos, que en la actualidad consta de unas pocas especies, posiblemente antepasadas de los insectos, como discutiré más adelante. Fig. 3. Hallucigenia. ¿Cuál es el dorso? ¿Cuál es el vientre? ¿Cuál es la cabeza? Wiwaxia Wiwaxia es realmente raro, no solamente por su impronunciable nombre (que proviene de una palabra india). Es un pequeño organismo (5 cm como máximo) de forma ovalada y plana, cuyos hábitos vitales deberían ser parecidos a las actuales caracolas. Sin embargo, no posee una concha caliza como la de los moluscos. Por el contrario, su cuerpo está recubierto de placas o espinas individuales denominadas escleritos. Un par de filas de siete a once escleritos son mucho mayores y confieren al animal el aspecto de un acerico erizado de alfileres (figura 4). El calzador de Walcott lo hizo entrar en el filo de los gusanos poliquetos. En la actualidad, como para los demás organismos de Burgess Shale, ha sido necesaria la creación de un phylum para el solo, el filo Wiwaxidos. Fig. 4. El original Wiwaxia. Y por último, seres con descendientes Existen numerosos ejemplos más de animales inclasificables en Burgess Shale, pero ya está bien de describir monstruos por este artículo. El que quiera más que se compre el libro de S. J. Gould; realmente merece la pena. Quiero escribir ahora sobre dos animales que, a diferencia de los anteriores, sobrevivieron al Cámbrico y dieron lugar a descendencia, ¡y qué descendencia! Uno de ellos, insignificante, llevaba una vida tranquila ramoneando de las algas del fondo. Actualmente se clasifica dentro del grupo de los onicóforos, antecesores de los unirrames, clase a la cuál pertenecen todos los insectos y miriápodos actuales. ¿Quién podría haber previsto, en un viaje al Cámbrico, que el modesto animal daría lugar a los millones de especies de insectos, ciempiés y milpiés que existen en la actualidad, convirtiéndose, sin duda, en el animal con más éxito de Burgess Shale? Se denomina Aysheaia y lo podemos observar en la figura 5. Por supuesto, Walcott lo clasificó como un gusano anélido. Fig. 5. Aysheaia. El presunto antecesor de todos los insectos. La otra estrella de Burgess Shale se llama Pikaia y Walcott también creyó que era un anélido (figura 6). En un análisis detenido, Conway Morris, observó que sus "anillos" no eran sino bandas musculares características del filo cordados. El animal en sí nos recuerda al actual anfioxo, un cordado primitivo, e indudablemente posee el notocordio que da nombre al grupo. Posteriormente, el notocordio del insignificante Pikaia, indistinguible entre los cientos de gusanos que poblaban los mares cámbricos e, indudablemente, mucho menos espectacular que el feroz Anomalocaris, el imposible Opabinia o el cosmopolita Wiwaxia, evolucionó hasta convertirse en algo que podemos llamar espina dorsal. Los peces recibieron el legado de Pikaia y, a través de una contingente y accidental secuencia de seres, hoy bien conocida, llegaron hasta los mamíferos. Uno de los mamíferos, una más de entre los millones de posibilidades que podrían haber ocurrido, evolucionó hasta poseer un cerebro que le permitió construir ordenadores como el que uso para escribir este artículo. Fig. 6. Pikaia. ¿Quién iba a pensar que iba a ser nuestro tatarabuelo? Divulgación u olvido La lección que nos enseña Burgess Shale no es insignificante. Nos habla de la propia Evolución, de los azares y contingencias que han tenido lugar en el camino que ha seguido la naturaleza hasta llegar al hombre. Nos han enseñado en nuestras escuelas que el hombre es el rey de la Creación, que toda la naturaleza no ha seguido sino un rumbo predestinado e inevitable que culmina en el perfecto género humano. Burgess Shale rebate todo eso y nos da una lección de humildad comparable a la que nos enseñaron Darwin o Freud. La Evolución sigue caminos azarosos e imprevisibles. El ser humano deja de presentarse como la culminación necesaria de un proceso evolutivo que implica un progreso continuo. Si estamos aquí y no tenemos cinco ojos y una trompa frontal es por pura suerte, porque el modesto Pikaia se salvó de la quema y la igualmente modesta Opabinia no lo hizo. Si no tenemos apéndices bucales y una mandíbula redonda trituradora es porque, inexplicablemente, el mayor animal del Cámbrico sucumbió al subsiguiente período de extinción y perdió su oportunidad. Por desgracia, descubrir a Anomalocaris no proporciona a su autor tanto dinero como desarrollar la técnica de PCR. Los descubrimientos paleontológicos y de otras ciencias básicas no se divulgan por el "procedimiento de urgencia" y ni siquiera existe un premio Nobel de Geología o Matemáticas. Si estoy escribiendo esto, es gracias a que gente maravillosa como Stephen Jay Gould escriben libros maravillosos sobre cosas maravillosas. Si no fuera así, estas historias interesantes permanecerían durante siglos sin salir de entre las páginas de las revistas especializadas. No se puede pretender ser un científico sólo por haber estado cinco años en la Universidad. Me considero un científico medianamente competente, pero no es gracias a lo que aprendí en la Facultad de Químicas. Al contrario, aprendí química con Isaac Asimov, astronomía con Carl Sagan, cosmología con Stephen Hawking, física con George Gamow, paleontología con S. J. Gould, zoología con David Attenborough, genética humana con Richard Lewontin, arqueología con C. W. Ceram, matemáticas con Martin Gardner y Roger Penrose me instruyó sobre la física subyacente al funcionamiento del cerebro. A este selecto grupo de maestros (por supuesto, no están todos los que son) puedo añadir, por desgracia, tan sólo, un nombre español, nadie me enseñó astrofísica y planetología como Eduardo Battaner. Hubiera querido que mi lista hubiera sido más nutrida en nombres nacionales, pero he de reconocer que es imposible. En España no se hace divulgación científica. Muchos dicen que es porque en España no se hace Ciencia. Yo pienso que es al contrario. En mi opinión, en España no se hace Ciencia y no se le presta a los Científicos toda la atención que merecen, debido, en gran parte, a que la divulgación científica es casi inexistente. Si yo seguí la carrera de químico, fue porque Asimov me indujo a ello. Si mis compañeros han hecho física, me gusta pensar que Sagan tuvo algo que ver en el asunto. Si yo no hubiera estado fascinado por todos esos libros sobre ciencia, posiblemente hubiera acabado como abogado, como arquitecto o como basurero. Posiblemente habría ganado más dinero, pero seguro que hubiera sido menos feliz. Desde esta modesta publicación, me gustaría hacer un llamamiento a todos los científicos españoles para que dedicasen algo de su tiempo a la verdadera divulgación científica. No sólo a la lectura, sino a la escritura de libros maravillosos. Creemos que los libros sobre Ciencia no se venderán en este país, sin embargo, año tras año, libros como "Historia del tiempo", "La nueva mente del emperador" o "Brontosaurus y la nalga del ministro" se convierten en best-sellers, con tiradas que rivalizan con los libros sobre la nueva era, la astrología, la alimentación vegetariana o la aromaterapia. Creo que aún estamos a tiempo de inclinar un poco la balanza a nuestro favor. Además, divulgando la Ciencia, podremos hacer que historias tan hermosas y trascendentes como la de Burgess Shale no queden relegadas al olvido de las hemerotecas especializadas. Por último, en este número de La Gaceta, dedicado a la educación, no quiero terminar este artículo sin contar una agradable sorpresa que me llevé no hace mucho, cuando estaba echando un vistazo al libro de Ciencias Naturales de primero de B.U.P. de mi cuñado Nicolás (sí, tengo un cuñado bastante joven, es diez años menor que mi mujer). Ojeando el tema sobre la evolución miré la parte inferior de la página y... ¡allí estaban! En una reconstrucción del ecosistema marino del Cámbrico, se hallaban dibujados Anomalocaris, Opabinia, Wiwaxia... incluso Pikaia y Aysheaia estaban allí. Al pie del dibujo se podían leer todos sus nombres, junto con una explicación sobre lo que la fauna de Burgess Shale (incluso aparecía este nombre) significa para nuestro concepto de la Evolución. El libro estaba editado hacía un par de años. Me gusta pensar que, posiblemente, esta ilustración no hubiera existido si Stephen Jay Gould no hubiera escrito "La vida maravillosa" para que lo leyera algún biólogo de los que redactan libros de texto para bachillerato o realizan los planes de estudios. Afortunadamente, aunque no se escriban, aún hay gente en este país que lee libros de divulgación científica. No. No todo esta perdido. © Owen S. Wangensteen 1996 COPYRIGHT AUTOR DO TEXTO

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